7 abr 2016

Domus Romanae

Los alumnos de 4ºC han estado trabajando el tema de la vivienda en época romana y han realizado una actividad muy interesante: tenían que recrear una domus, en cualquier tipo de soporte, siempre que fuera original. Los resultados fueron muy variados, pero todos merecieron la pena, así que organizamos una pequeña exposición de maquetas en la Biblioteca. La lástima fue que no pudiéramos exponer otras propuestas, como una casa hecha en Minecraft o un video con un rap, por falta de medios...


Tipos de casas romanas
Como en la actualidad, los antiguos romanos tenían varios tipos de viviendas, según el lugar donde habitaran y su capacidad económica. En las ciudades, la gente sencilla vivía en una especie de apartamentos en bloques de varias plantas llamados insulae. No eran muy distintos de los bloques de pisos de hoy en día, pero había un par de diferencias importantes: no había ascensor ni agua corriente. Eso significa que los pisos más altos eran los más incómodos para vivir y, por tanto, los más baratos, los que habitaban las personas más humildes. La planta baja podía tener locales comerciales o tabernae con salida al exterior, y también viviendas que gozaban de mayores comodidades, como por ejemplo, un jardincito. Aunque seguramente la mayor comodidad era no tener que subir varios pisos por las escaleras acarreando agua cada día... Estas viviendas más “lujosas” eran las que podía ocupar el propietario del edificio o el encargado; por ejemplo, la madre de Julio César era propietaria de una insula en el barrio de la Suburra, y ella y su familia ocupaban la planta baja.
Las viviendas de una insula normalmente tenían una única habitación donde se cocinaba, se comía, se hacía la vida... algunas tenían otras habitaciones más pequeñas que servían de dormitorios, generalmente sin puertas, o separando los ambientes únicamente con una cortina. Eran viviendas de alquiler y se trataba de un negocio muy lucrativo. Como se hacía fuego en el interior de las viviendas para poder cocinar, los incendios eran muy frecuentes y además se extendían fácilmente a otros edificios. Cuando una insula era destruida por el fuego, se construía en el solar otro edificio aún más alto, que diera más beneficios. Personajes como Craso amasaron su inmensa riqueza sobre todo gracias a la especulación inmobiliaria. Nihil novum sub sole, es decir, nada nuevo bajo el sol...

Los que se lo podían permitir vivían en una casa unifamiliar, lo que los romanos llamaban domus. La domus podía tener una o dos plantas, y se organizaba en torno a un patio central, llamado atrium. En el centro de este patio había una pequeña cisterna que recogía el agua de lluvia, el impluvium.
Una domus tenía pocas ventanas al exterior, casi toda la luz y el aire fresco entraban a través del atrio, hacia donde se abrían las diferentes estancias de la casa:
- los cubicula, o dormitorios, que si la casa tenía dos plantas solían estar en la superior
- el tablinium, o despacho del señor de la casa, donde recibía las visitas más formales
- el triclinium, o comedor, así llamado porque en él había tres lechos donde la familia y los invitados se reclinaban para comer. Durante la República, sólo los hombres comían tumbados y las mujeres se sentaban frente a ellos; durante el Imperio, se generalizó entre hombres y mujeres la costumbre de tumbarse durante los banquetes.
- la culina o cocina, donde se preparan y almacenaban los alimentos; en ocasiones, la letrina estaba dentro de la misma cocina, para aprovechar el sistema de agua corriente, si lo había.
Las domus de mayor tamaño podían tener una especie de jardincillo trasero, rodeado de columnas llamado peristylum. Éste era el jardín privado de la familia, más íntimo, ya que a menudo en el atrio había demasiado trasiego de personas presentando sus respetos al señor, pidiendo favores... El peristilo era una zona más recogida, donde se podía hacer una vida más familiar. Podía tener también habitaciones a su alrededor, generalmente cubicula o un segundo comedor llamado exedra.

Algunas domus tenían unas estancias que se abrían a la calle, donde se podían instalar negocios como tiendas, oficinas o tabernas. A veces los utilizaban para uso propio, para comercializar por ejemplo sus propios productos o si era un mercader; otras veces se alquilaban para diferentes negocios. Estos locales comerciales se llamaban tabernae, y si se alquilaban a extraños no tenían comunicación con el resto de la casa.
En el campo, los terratenientes ricos tenían villae, una mezcla de granja y casa de campo. La zona donde se habitaba era similar a una domus, en torno a la cual había más edificios y estructuras adaptados al trabajo del campo y al almacenamiento de los productos agrícolas.

La decoración de la domus
Los romanos no tenían muchos muebles: mesas, sillas y taburetes o bancos, arcones para guardar documentos y ropa... En el tablinium los libros y documentos se solían guardar en cestos o vasijas de cerámica. Las camas solían estar elevadas, sobre todo en el campo, para alejarlas de las alimañas.
Donde sí se derrochaba imaginación era en la decoración de paredes y suelos. Los suelos estaban pavimentados con mosaicos, que podían ser muy variados, según la riqueza y los gustos del propietario: había mosaicos sencillos, de pocos colores o incluso en blanco y negro, y motivos geométricos o florales; y mosaicos más complejos, con gran variedad de colores, representando escenas mitológicas, o de caza, con gran lujo de detalle.

Las paredes, recubiertas de estuco, se pintaban de colores. Los frescos imitaban sillería, otras representaban escenas, otras parecían el escenario de un gran teatro. De nuevo, todo dependía de las modas, del gusto del dueño y del dinero que se podía gastar.

Comodidad ante todo
Era habitual, en las domus de personas adineradas, que existiera un sistema de calefacción: por debajo del suelo había una cámara de aire llamada hypocaustum por la que circulaba aire caliente procedente de hornos alimentados noche y día por esclavos. Las familias más pudientes incluso canalizaban agua hasta su propio domicilio, de manera más o menos legal, desde alguno de los acueductos que llevaban agua a la ciudad. Gracias a ello, algunas domus tenían su propia zona de baños, las thermae, aunque muchos preferían ir a las termas públicas para encontrarse así con sus amigos y conocidos.

¿Cómo conocemos todo esto?
Toda esta información nos llega gracias a la arqueología, sobre todo. A lo largo y ancho del imperio podemos encontrar restos de domus y villae: los arqueólogos las desentierran y con su experiencia y conocimientos son capaces de recrear cómo eran esas viviendas originalmente. Por ejemplo, en Cantabria tenemos varios ejemplos de domus en Julióbriga, cerca de Reinosa, e incluso se ha hecho una reconstrucción que se puede visitar; en Ostia, en antiguo puerto de Roma, quedan varias insulae, que son menos espectaculares pero que aportan muchos datos sobre la vida de la gente sencilla.
Pero hay una fuente más directa: en el año 79 d.C. la ciudad de Pompeya, en el sur de Italia, fue destruida por la erupción del Vesubio. Toda la ciudad fue sepultada por la lava, muchos de sus habitantes ni siquiera tuvieron tiempo de recoger sus cosas o incluso de escapar.
Lo que para ellos fue una catástrofe, para los arqueólogos es una suerte: la lava ha conservado la ciudad en perfecto estado hasta nuestros días, tal y como estaba en el siglo I. Así, podemos ver los mosaicos, los frescos de las paredes, los muebles e incluso los alimentos (de algunas de estas cosas lo único que nos queda es la huella que dejaron en la lava cuando se solidificó). Por eso Pompeya es el mejor lugar para poder estudiar cómo eran las viviendas de los romanos.


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