Los alumnos de 4ºC han estado
trabajando el tema de la vivienda en época romana y han realizado
una actividad muy interesante: tenían que recrear una domus, en
cualquier tipo de soporte, siempre que fuera original. Los resultados
fueron muy variados, pero todos merecieron la pena, así que
organizamos una pequeña exposición de maquetas en la Biblioteca. La
lástima fue que no pudiéramos exponer otras propuestas, como una
casa hecha en Minecraft o un video con un rap, por falta de medios...
Tipos de casas
romanas
Como
en la actualidad, los antiguos romanos tenían varios tipos de
viviendas, según el lugar donde habitaran y su capacidad económica.
En las ciudades, la gente sencilla vivía en una especie de
apartamentos en bloques de varias plantas llamados insulae.
No
eran muy distintos de los bloques de pisos de hoy en día, pero había
un par de diferencias importantes: no había ascensor ni agua
corriente. Eso significa que los pisos más altos eran los más
incómodos para vivir y, por tanto, los más baratos, los que
habitaban las personas más humildes. La planta baja podía tener
locales comerciales o tabernae
con salida al exterior, y también viviendas que gozaban de mayores
comodidades, como por ejemplo, un jardincito. Aunque seguramente la
mayor comodidad era no tener que subir varios pisos por las escaleras
acarreando agua cada día... Estas viviendas más “lujosas” eran
las que podía ocupar el propietario del edificio o el encargado; por
ejemplo, la madre de Julio César era propietaria de una insula
en el barrio de la Suburra, y ella y su familia ocupaban la planta
baja.
Las
viviendas de una insula
normalmente
tenían una única habitación donde se cocinaba, se comía, se hacía
la vida... algunas tenían otras habitaciones más pequeñas que
servían de dormitorios, generalmente sin puertas, o separando los
ambientes únicamente con una cortina. Eran viviendas de alquiler y
se trataba de un negocio muy lucrativo. Como se hacía fuego en el
interior de las viviendas para poder cocinar, los incendios eran muy
frecuentes y además se extendían fácilmente a otros edificios.
Cuando una insula
era destruida por el fuego, se construía en el solar otro edificio
aún más alto, que diera más beneficios. Personajes como Craso
amasaron su inmensa riqueza sobre todo gracias a la especulación
inmobiliaria. Nihil
novum sub sole,
es decir, nada nuevo bajo el sol...
Los
que se lo podían permitir vivían en una casa unifamiliar, lo que
los romanos llamaban domus.
La domus podía tener una o dos plantas, y se organizaba en torno a
un patio central, llamado atrium.
En el centro de este patio había una pequeña cisterna que recogía
el agua de lluvia, el impluvium.
Una domus tenía pocas ventanas al exterior, casi toda la luz y el
aire fresco entraban a través del atrio, hacia donde se abrían las
diferentes estancias de la casa:
-
los cubicula,
o dormitorios, que si la casa tenía dos plantas solían estar en la
superior
-
el tablinium,
o despacho del señor de la casa, donde recibía las visitas más
formales
-
el triclinium,
o comedor, así llamado porque en él había tres lechos donde la
familia y los invitados se reclinaban para comer. Durante la
República, sólo los hombres comían tumbados y las mujeres se
sentaban frente a ellos; durante el Imperio, se generalizó entre
hombres y mujeres la costumbre de tumbarse durante los banquetes.
-
la culina
o cocina, donde se preparan y almacenaban los alimentos; en
ocasiones, la letrina estaba dentro de la misma cocina, para
aprovechar el sistema de agua corriente, si lo había.
Las
domus de
mayor tamaño podían tener una especie de jardincillo trasero,
rodeado de columnas llamado peristylum.
Éste era el jardín privado de la familia, más íntimo, ya que a
menudo en el atrio había demasiado trasiego de personas presentando
sus respetos al señor, pidiendo favores... El peristilo era una zona
más recogida, donde se podía hacer una vida más familiar. Podía
tener también habitaciones a su alrededor, generalmente cubicula
o un segundo comedor llamado exedra.
Algunas
domus tenían unas estancias que se abrían a la calle, donde se
podían instalar negocios como tiendas, oficinas o tabernas. A veces
los utilizaban para uso propio, para comercializar por ejemplo sus
propios productos o si era un mercader; otras veces se alquilaban
para diferentes negocios. Estos locales comerciales se llamaban
tabernae,
y si se alquilaban a extraños no tenían comunicación con el resto
de la casa.
En
el campo, los terratenientes ricos tenían villae,
una mezcla de granja y casa de campo. La zona donde se habitaba era
similar a una domus, en torno a la cual había más edificios y
estructuras adaptados al trabajo del campo y al almacenamiento de los
productos agrícolas.
La decoración de la domus
Los
romanos no tenían muchos muebles: mesas, sillas y taburetes o
bancos, arcones para guardar documentos y ropa... En el tablinium
los
libros y documentos se solían guardar en cestos o vasijas de
cerámica. Las camas solían estar elevadas, sobre todo en el campo,
para alejarlas de las alimañas.
Donde sí se derrochaba imaginación era en la decoración de paredes
y suelos. Los suelos estaban pavimentados con mosaicos, que podían
ser muy variados, según la riqueza y los gustos del propietario:
había mosaicos sencillos, de pocos colores o incluso en blanco y
negro, y motivos geométricos o florales; y mosaicos más complejos,
con gran variedad de colores, representando escenas mitológicas, o
de caza, con gran lujo de detalle.
Las paredes, recubiertas de estuco, se pintaban de colores. Los
frescos imitaban sillería, otras representaban escenas, otras
parecían el escenario de un gran teatro. De nuevo, todo dependía de
las modas, del gusto del dueño y del dinero que se podía gastar.
Comodidad ante todo
Era habitual, en las domus de
personas adineradas, que existiera un sistema de calefacción: por
debajo del suelo había una cámara de aire llamada hypocaustum
por la que circulaba
aire caliente procedente de hornos alimentados noche y día por
esclavos. Las familias más pudientes incluso canalizaban agua hasta
su propio domicilio, de manera más o menos legal, desde alguno de
los acueductos que llevaban agua a la ciudad. Gracias a ello, algunas
domus tenían su propia zona de baños, las thermae,
aunque muchos preferían ir a las termas públicas para encontrarse
así con sus amigos y conocidos.
¿Cómo
conocemos todo esto?
Toda esta información nos llega gracias a la arqueología, sobre
todo. A lo largo y ancho del imperio podemos encontrar restos de
domus y villae: los arqueólogos las desentierran y con
su experiencia y conocimientos son capaces de recrear cómo eran esas
viviendas originalmente. Por ejemplo, en Cantabria tenemos varios
ejemplos de domus en Julióbriga, cerca de Reinosa, e incluso se ha
hecho una reconstrucción que se puede visitar; en Ostia, en antiguo
puerto de Roma, quedan varias insulae, que son menos
espectaculares pero que aportan muchos datos sobre la vida de la
gente sencilla.
Pero hay una fuente más directa: en el año 79 d.C. la ciudad de
Pompeya, en el sur de Italia, fue destruida por la erupción del
Vesubio. Toda la ciudad fue sepultada por la lava, muchos de sus
habitantes ni siquiera tuvieron tiempo de recoger sus cosas o incluso
de escapar.
Lo que para ellos fue una catástrofe, para los
arqueólogos es una suerte: la lava ha conservado la ciudad en
perfecto estado hasta nuestros días, tal y como estaba en el siglo
I. Así, podemos ver los mosaicos, los frescos de las paredes, los
muebles e incluso los alimentos (de algunas de estas cosas lo único
que nos queda es la huella que dejaron en la lava cuando se
solidificó). Por eso Pompeya es el mejor lugar para poder estudiar
cómo eran las viviendas de los romanos.
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